sábado, 1 de febrero de 2014

Volver a Diario

Pedro Almodóvar, uno de los realizadores más importantes en el mundo, escribió este diario de rodaje de su filme Volver, estrenado en el 2006. 

Debido a toda la carga de emociones, sabiduría, honestidad, inspiración, libertad, generosidad y pasión, he decidido compartir este Diario a través de este blogcito mío. Tengo la seguridad de que muchas personas serán más felices después de leer el contenido de estos relatos.
Mi gran amigo de las letras y la vida, Blas Brítez, me había acercado este hermoso diario a finales del 2006. Ahora, en el 2014, me toca a mí acercarle este preciado documento a todo aquel que ame a Almodóvar, o el cine o la lectura.



VOLVER A DIARIO.
Por Pedro Almodóvar.

Se me acerca un hombre mientras desayuno en un bar. Me dice que ha visto La mala educación tres veces. Como acostumbro, le agradezco el detalle.
La primera vez me dormí, me explica el desconocido.
¿Tanto le aburrió?
No, al contrario, responde. Estaba completamente enganchado, pero me entró sueño y me dejé ir. Después naturalmente volví a verla, pues lo poco que vi me dejó muy intrigado.
¿Y?
Me gustó más que la primera vez, pero hubo otro momento en que estaba tan relajado que también me dormí. Y lo mismo me ocurrió la tercera vez.
Entonces, ¿no ha llegado a verla nunca entera?
Pues no. Estoy esperando que salga en DVD para verla tranquilamente en casa.
El hombre aparenta algo más de cincuenta años y no hay en él nada que llame especialmente la atención. No sé qué aspecto tienen los narcolépticos pero éste desde luego no tiene pinta de padecer la enfermedad del sueño súbito. Y tampoco parece estar bromeando.
Pues no sé qué decirle, le digo.
No se lo tome a mal, añade él, pero cuando algo me gusta mucho me relaja y puedo llegar a dormirme, es una sensación muy agradable, se lo digo como un halago. Bueno, también... ahora estoy tomando una medicación para controlar la ansiedad, y el médico me dijo que podía provocar somnolencia.
Entonces no hay duda, digo con énfasis, ésa debe ser la explicación. Se duerme por las pastillas, no por mi película!
¿Ud. no padece ansiedad, angustia o desesperación?, me pregunta, inconsciente de que es la letra de un bolero. Mi psiquiatra me ha dicho que estos problemas suelen aparecer alrededor de los cincuenta. Por si fuera poco, yo además le tengo un miedo atroz a la muerte.
Le señalo el periódico: Acabo de leer una entrevista con Julian Barnes, el escritor inglés, a propósito de su último libro de relatos. Entre otras cosas dice que es mentira el mito de que con la madurez llega la serenidad. La realidad es más bien lo contrario...
Estoy de acuerdo. ¿Cómo se llama el libro?
La mesa limón. Es una colección de cuentos, cuyo tema es la muerte, y la falta de serenidad de la gente mayor.
Pero yo no soy mayor, me dice.
Ni yo, le digo. Ni Julian Barnes. Pero los tres pensamos que con los años no conseguimos esa paz interior de la que tanto hemos oído hablar.

El fan espontáneo se va a comprar el libro y yo me dirijo a mi oficina, tengo una cita con tres mujeres y un guión. 





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El guión se llama Volver y habla justamente de la muerte, pero en un tono menos angustiado que el del hombre que se dormía viendo La mala educación. Más que de la muerte en sí, el guión versa sobre la rica cultura de la muerte en la región manchega donde nací. Sobre el modo (nada trágico) con que varios personajes femeninos de distintas generaciones, se manejan dentro de esa cultura. 

Al otro lado de mi mesa, en El Deseo, sentadas frente a mí, tengo a tres de las actrices que protagonizarán Volver. Cada una de ellas significa una importante vuelta: la Más Esperada, Carmen Maura. Y dos vueltas más, llenas de sentido y sensibilidad: Penélope Cruz, con la que he trabajado en dos ocasiones, actriz y mujer a la que adoro dentro y fuera de los platós. Y Lola Dueñas. Con Lola trabajé en Hable con ella (una enfermera, compañera de Javier Cámara) y me quedé con ganas de más. 

El encuentro me produce gran excitación. A pesar de que en este circo me ha tocado el papel de domador, eso no significa que no me cueste trabajo romper el hielo. Pero en eso consiste, entre otras cosas, ser director (en un país europeo, al menos). Soy el rompedor de hielos, la chimenea que caldea el ambiente, la madre-padre-psiquiatra-amante-amigo que con una sencilla palabra te hace recuperar la seguridad.

Una película, el conjunto de todos los procesos que la componen, supone un gran manojo de preguntas, por eso el carácter aventurero de un rodaje. El valor de la aventura no es proporcional a la cantidad de respuestas que uno encuentra en el camino, sino directamente proporcional a la resistencia de sus miembros. La cuestión consiste en que el director conduce un tren sin frenos, y su trabajo es conseguir que el tren no descarrile. Así lo veía Truffaut.

Mi primera pregunta siempre es: ¿volveré a sentir la misma pasión de las quince veces anteriores por una nueva historia? Éste es ese tipo de preguntas sin cuya respuesta más vale no embarcarse en un nuevo proyecto. 

Con Volver la respuesta es afirmativa, claro. De nuevo tengo la sensación de tener entre las manos una historia (fábula, tesoro y secreto) en la que ansío abismarme.

Yo no soy consciente en el momento, pero cuando miro a Carmen, Penélope y Lola inevitablemente me pregunto, si este trío de fisicazos funcionará como familia (el personaje de Carmen es la madre de las otras dos). Este tipo de pregunta no exige respuesta. Hay que hacer la película para averiguarlo, pero yo las miro y las siento ya como madre e hijas. Las tres tienen en común que deben hacer de manchegas sin serlo y las tres tienen unas ganas locas de ponerse las pilas. Esas ganas son en sí mismas un espectáculo del cual soy el primer y a veces único espectador. Las miro y nada me chirría. Con esto basta. En este trabajo la intuición es la que manda. 

Les propongo empezar a leer para romper el hielo. Trabajo de mesa, le llaman los del teatro. A veces las interrumpo para explicarles detalles sobre sus personajes, anécdotas reales en las que me he apoyado. Una lectura no llega a ser un ensayo, pero yo siempre me extralimito. Sin darme cuenta me encuentro indicándoles tonos, intenciones veladas, paralelismos misteriosos. Carmen caza mis insinuaciones al vuelo. 

La lectura rula, fluye como una canoa en cuyo interior remarán al mismo compás las tres actrices. Penélope y Lola se lanzan con soltura y aparentemente sin miedo. Hay mucho miedo en los primeros balbuceos, pero yo no lo noto, o no quiero notarlo. 
Me doy cuenta de que estoy hallando respuesta a una pregunta que ni siquiera soy consciente de habérmela formulado: ¿Volveré a entenderme con Carmen, como en los ochenta? Ha pasado mucho tiempo. Nos han pasado muchas cosas. La química, esa cosa inaprensible y milagrosa, volveremos a sentirla? 

Oigo leer a Carmen, integrando mis indicaciones y siento que seguimos siendo los mismos de La ley del deseo, tengo que tocarme la barriga para darme cuenta que el tiempo ha pasado. Diecisiete años.

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ACCIÓN!

Antes de rodar siempre me pongo enfermo, hasta el punto de convertirse en una tradición que indica que todo está listo para empezar. En la preparación actual ya empezaba a inquietarme porque estamos a dos días del rodaje de “Volver” y todavía no he pillado nada. Hasta ayer, en Almagro, donde transcurre parte de la acción, por la noche en el hotel me agaché a por algo y no pude enderezarme, lumbago. 40 grados a la sombra (y yo aplicándome calor en la zona lumbar). Por fin, ya estamos listos para empezar a rodar. 

Cuando leas esto el equipo de la película habrá invadido el cementerio de Granátula, donde rodamos los dos primeros días. Penélope Cruz, Lola Dueñas y Blanca Portillo, caracterizadas de mujeres rurales, limpian y acicalan las tumbas de sus deudos mientras Yohana Cobo las observa con indiferencia adolescente. El equipo se estará calcinando en el crisol de paredes encaladas que es mi tierra en esta época. 

Inevitablemente recuerdo mi niñez, las calles blancas y desiertas hasta las ocho y media de tarde, horas que los niños aprovechábamos para descubrir los misterios del organismo mientras el resto de la familia dormía bajo los efectos de un calor narcótico. Recuerdo la tierra roja, los campos amarillos, los olivos color verde ceniza y los patios llenos de vida, macetas, vecinas, secretos como pozos, y soledad. Soledad femenina. (Tuvieron que pasar treinta años para que conociera la soledad masculina).

El patio era el sancta santorum donde discurría la vida. En el patio la bolillera perseguía el último rayo de sol con su mazo de bolillos de madera burbujeante. Se regaban las plantas, se cosía, se dejaba el tiempo pasar tumbado en mecedoras, a la sombra. 

En Volver hay un homenaje al patio manchego (menos lujurioso que el andaluz, más austero, menos sensual, como todo en la Mancha). También hay un tributo a la “vecina”. Las vecinas son un apéndice de la familia. Un apéndice necesario y complementario. Muchas de nuestras madres terminaron sus vidas en compañía de las vecinas porque los hijos tenemos otras vidas que vivir.

La vecina vive incrustada en el patio y a veces tiene acceso a la parte alta y más privada de la casa. En este caso, el personaje de Agustina, interpretado por Blanca Portillo, es la vecina por excelencia. No tiene vida propia. Es una solterona solitaria (que cuida de su propia tumba durante años), que cada mañana le toca a la ventana a una senil Chus Lampreave y hasta que ésta no le contesta no se va.

La solidaridad de las vecinas es algo que los personajes de Volver traen consigo en su traslado a la gran ciudad.

De todos esto y mucho más hablamos en la rueda de prensa celebrada en Madrid el día 30 de junio pasado. Un día histórico, no porque se celebrara nuestro encuentro con la prensa, sino porque mientras éste se llevaba a cabo en el Parlamento español se aprobaba la ley que permite casarse a personas del mismo sexo.

Desde el inicio del día yo tenía la impresión de estar viviendo una jornada singular. Por ejemplo, todas las actrices (exceptuando la adolescente Yohana) habían venido vestidas de blanco, sin previo acuerdo entre ellas. Por azar. Ese blanco espontáneo y casual sintonizaba muy bien con el blanco de las casas manchegas, y con el azahar de las novias, y también sintonizaba a las actrices entre sí.

El blanco de los vestidos parecía subrayar una realidad que marcará un antes y un después en nuestra sociedad. Mal que le pese a la Santa Madre.


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ALMAGRO

Lo mejor, sin duda, es pasear por la noche, camino del hotel, y descubrir que mis paisanos continúan sentándose en la acera de su puerta, en sillas de enea, para tomar el fresco. Creía que esta costumbre ya había desaparecido, pero no, la familia entera se sienta casi sin hablar a disfrutar de la brisa que recorre las calles antes y después de medianoche. El tiempo se detiene. Saludamos a cada grupo familiar que encontramos a nuestro paso y ellos nos responden a coro y nos contagian su silencio tan balsámico.

Hemos terminado la primera semana de rodaje. Yo me he venido a Madrid el viernes después de la jornada. Las “chicas” y la mayor parte del equipo se han quedado en Almagro. Las echo de menos y me gusta. En la soledad madrileña me concentro mejor y prefiero sentir nostalgia del rodaje y verlo desde aquí con perspectiva. Me alejo de Almagro para poder añorarlo.

Siento que cada nueva película es más autobiográfica que la anterior. Al menos, yo soy mucho más consciente de cómo mis recuerdos se pasean por los decorados como la brisa por las calles de Almagro, en la noche. 

Oír hablar a Chus Lampreave es oír a mi madre, los barquillos (repostería local) que les entrega para el camino a Lola Dueñas y a Penélope Cruz los ha hecho mi hermana María Jesús, y el pisto. Cuando tengo alguna duda llamo a mi otra hermana, Antonia, que guarda los recuerdos de nuestra infancia intactos. Le he preguntado hasta qué tipo de trapos y cepillos se llevan al cementerio para limpiar las tumbas. Mi madre le dejó como herencia el respeto a todos los ritos sociales, religiosos, familiares y vecinales de la Mancha profunda.

Todo es ficción, de todos modos en Volver. Pero el mejor modo de contar la ficción (al menos, para mí) es vestirla de realidad. Realidad y ficción se funden sin confusión. Siento que ahora puedo dialogar directamente con la película que hago. Éste no es un sentimiento endogámico ni nostálgico, pero ahora acepto con mayor naturalidad que las películas son mi vida y que proceden (y a veces la preceden) de ella.

El primer día de rodaje Penélope me ha entregado un regalo muy especial, llevaba tiempo anunciándomelo. Es un libro, perfectamente encuadernado e impreso, de los últimos cinco años de nuestra relación. Pedro y yo se llama. Tiene la forma y el volumen de un coffee table book, con más imágenes que texto. Los textos son una antología de todos los emails que hemos intercambiado en los últimos años. Las imágenes representan nuestra historia común desde que hicimos Carne Trémula. La noche invernal de Madrid. Su parto en el autobús, ayudada de Pilar Bardem. Nuestros viajes de promoción. El desierto de Palm Springs, donde acaban sus días disecados por el sol las viejas estrellas de Hollywood. Los paseos por Central Park. Nuestras comidas en el Sunset Marquis con Billy Bob Thorton o Salma Hayek. Abrazos y premios. Fotos a lo largo de Sunset Boulevard con los billboard que la jalonan. Modelazos (los de ella) y mi fiel smoking todo negro de Armani. Las horas sonrientes y tensas, dentro de las limusinas. Abrazos en Madrid, en Nueva York, en L.A., en París, en Cannes. Mejilla con mejilla. El paso del tiempo es más evidente en mí, ella empieza con cara de niña y termina en su actual esplendor.

Leer los mensajes me produce una impresión rara. Son tan reales. Ella es muy escueta, y se nota que me provoca para que le cuente cosas porque piensa hacer con todo ello un libro. Todos mis estados de ánimo aparecen en mis mensajes, me ha censurado algunos cotilleos, por si alguien lo lee. Pero en los textos consigo verme con los ojos de un espectador furtivo.

Regalo maravilloso.





Hoy dejamos Almagro. Escribo en un patio invadido por material eléctrico y mecedoras con un cartel de no sentarse. Es la una de la tarde, todos los planos que nos quedan ocurren en la calle y al menos hasta las cuatro es imposible rodar porque el sol se multiplica en la paredes blancas, la luz es cegadora y demasiado plana. Tenemos que esperar. El equipo se ha dispersado, en estos momentos me gusta quedarme en alguno de los decorados interiores sin vida, y disfrutar de la soledad, del desorden de los objetos y del silencio.

Durante estas dos semanas el contacto con la gente del pueblo ha sido maravilloso. Tanto los que nos cruzamos por la calle, como los que han trabajado en calidad de figurantes. En la mitad de las secuencias manchegas intervienen grupos de mujeres y de hombres y debo decir que nunca he tenido mejores figurantes. Hay algo impagable, todo lo que tienen que hacer delante de la cámara coincide con su propia vida. Su presencia les ha dado a las secuencias donde han intervenido hondura y verdad. Las mujeres de aquí saben muy bien lo que es limpiar una tumba, rezar en un duelo, saludar a las vecinas, etc. Y los rostros de los hombres curtidos por el sol y el aire de cada día poseen un peso y una expresividad imposible de improvisar.

Ayer cuando me dirigía al catering me encontré con un joven que me deseó suerte en el rodaje. Parecía muy enterado (especializado, diría yo). Me preguntó si la película tenía alguna relación con Pedro Páramo, la obra maestra de Juan Rulfo. Al principio pensé en el título, que incluye mi nombre y la palabra “páramo” que de algún modo evoca la llanura de gran parte de la geografía manchega donde crecí. También pensé en la otra obra maestra de Rulfo, El llano en llamas. En Volver los padres de las protagonistas mueren calcinados en un incendio provocado por el viento solano. La pregunta me sorprendió, pero de todos modos contesté (halagado). Nuestro diálogo fue el siguiente:

Puede que la historia de Volver evoque la de Pedro Páramo, pero mi guión no tiene nada que ver con la novela excepto la naturalidad con la que en ambos conviven los vivos con los muertos, lo real con lo irreal, lo fantástico con lo cotidiano, lo imaginado con lo vivido, el sueño con la vigilia. Me gustaría que durante la visión de la película (como con la lectura del libro) el espectador se sintiera invadido por una sensación onírica permanente. Sueño que el espectador, aunque esté despierto, se sienta atrapado en un sueño que no es otro sino mi película. De todos modos la novela de Rulfo es furiosamente mejicana y el guión de Volver, furiosamente manchego.

¿Le gustan las películas con fantasmas? 
En general no. Me interesa cómo tratan Buñuel o Bergman la aparición de los muertos, sin cambiar la luz ni crear un efecto extraordinario. Los fantasmas aparecen sin efectos pirotécnicos delante de la persona que los piensa. Son fantasmas interiores. Me gusta Rebeca, de Hitchcock y Vértigo. Y Sunset Boulevard, donde el protagonista que flota muerto en una piscina, habla de sí mismo cuando estaba vivo como de un fantasma, atrapado en los deseos de otro fantasma (Norma Desmond, a su vez cuidada por el fantasmagórico Erich von Stroheim). William Holden vivo es el fantasma de Willian Holden ahogado. Una maravilla del uso de la voz en off, imitadísimo después. Tourneur también me gusta, cuando cuenta historias de seres de otras especies. En general no me gustan las películas de miedo con fantasmas (M. Night Shyamalan), ni las películas con ángeles, ni con presidentes de Estados Unidos salvando continuamente el mundo.

¿Qué fantasma evoca Volver?
No es un fantasma, pero toda la película está impregnada de la presencia de mi madre ausente.

¿Había algún fantasma en La mala educación?
Mi infancia, el recuerdo convertido en leyenda. También resultó bastante fantasmal uno de los actores, pero esa es harina de otro costal.

Llegado a este punto, decido terminar este diálogo que no es sino un monólogo.

P.D. Tengo la sensación de que me ha salido un capítulo bastante ñoño. Pero es que he gozado mucho estas dos últimas semanas y la felicidad no es buena inspiradora. Me han hecho gozar las actrices, todas ellas. La belleza, frescura y visceralidad de Penélope, la abrasiva mirada de la adolescente Yohana Cobo. La intensidad y la verdad de Lola Dueñas. La facilidad y precisión de Carmen Maura, capaz de emocionar en el acto, sin ensayos ni tomas previas. Y la contundente revelación, sublime, certera, de un auténtico animal cinematográfico: Blanca Portillo (mezcla de María Casares y las hermanas Gutiérrez Caba).

Gracias a todas ellas.




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PUERTAS Y AUTOMÓVILES. ESCENAS DE A DOS. 

Esta es una semana menos intensa, rodamos muchas de esas secuencias de compromiso con la verosimilitud con que los actores salen y entran de las casas, detienen los coches, los aparcan, etc. En una película todo es importante, pero a mí me pesan estas secuencias necesarias para ubicar la acción y establecer su geografía. En La Mancha también había puertas, pero allí la gente las deja abiertas, por lo que no interrumpían la acción sino que la hacían fluir. 

Estos planos de entradas y salidas de coches o viviendas son planos exigidos por la ortografía cinematográfica, aunque en más de un thriller el guionista y el director han pasado olímpicamente de ponerles a los personajes la menor dificultad para materializarse en los espacios de los demás. Echad un vistazo a Instinto básico y entenderéis a lo que me refiero. Los personajes aparecen dentro de las casas de los otros como si traspasaran las paredes. Y eso no puede ser.

Me gustan todos los géneros cinematográficos y siempre digo que me gustaría tocarlos todos (sin comprometerme con las reglas de ninguno) pero hay algún género que ya sé que no abordaré. Una superproducción bélica, por ejemplo, con batallas y escenas de masas.

No hay nada que me aburra más (como director) que una superproducción en general, donde haya mucha gente delante, alrededor y detrás de la cámara. Tampoco me interesan, como director: un remake de una película japonesa de terror. Un biopic, ni siquiera el de Liberace (que ya me lo han propuesto). Una historia de coches y motos. No conduzco, no distingo un coche de otro y no sé cómo hacer actuar a un vehículo, sólo sé que quedan muy bien como elemento decorativo en los thrillers (los coches son necesarios para que los personajes puedan huir, y para cruzar tiroteos con el coche de al lado) y que también van muy bien con la estética de los jóvenes rebeldes. Pero puestos a elegir fetiches entre los elementos del atrezzo yo prefiero la máquina de escribir. Sin salirnos de Nicholas Ray prefiero a un guionista violento (Bogart en In a lonely place) que a los jovencitos que adoran los coches tanto como a sus genitales (Rebelde sin causa).

No haré secuelas, precuelas ni remakes. Tampoco haré un musical donde no haya diálogos hablados (adoro el musical, pero me gusta que los personajes hablen de vez en cuando); ni una película épica en la que el presidente de mi nación salve al mundo personalmente, ni una película de colegas (buddy movie), ni la adaptación de una novela de Tolkien.

No tengo nada en contra de los “géneros” que no deseo hacer, sólo digo que no pienso abordarlos, simplemente. (Por ejemplo, no haré películas bélicas, pero admiro Apocalypse Now y me encantaría que Coppola rodara la secuela, con la guerra de Irak, claro). 

En general me gusta trabajar en guiones con pocos personajes, y me siento atraído especialmente por las escenas de dos, o tres personajes, aún a riesgo de resultar un poco teatral (pienso en modelos como Woody Allen, Bergman, Cassavetes). Se puede contar la historia del universo con escenas de a dos. Esto no es una máxima. Supongo que una de las ventajas de un diario es el derecho a la subjetividad. Me gustan las escenas donde los personajes se enfrentan. Mi cine está lleno de ellas. Tal vez sea esa la razón por la que los alumnos de las escuelas de teatro madrileñas (según me han dicho) escojan con frecuencia escenas de mis películas como ejercicio para sus clases.

Hay una magia especial en las escenas de pareja. En el formato que estoy rodando (anamórfico, o sea, en scope) es el único que te permite tener a dos personajes juntos y en primer plano. Si existe un hombre inspirado a la hora de iluminar los planos de dos rostros ese es el director de fotografía José Luis Alcaine. Ya hemos rodado varias escenas de éstas y, como esperaba, Alcaine ha sacado de su varita mágica las tinieblas y las luces que conectan a los personajes.

Antes de comenzar cualquier película el director de fotografía me pide referencias, que sólo suponen un camino a seguir para encontrar tu propio camino. Normalmente yo les hablo de la fotografía de otras películas (suelo citar mucho a Jack Cardiff, pensando especialmente en las películas que hizo con Michael Powell) o de pintores (acudo mucho a Edward Hopper y Zurbarán, además del pop) o le muestro imágenes que encuentro en revistas o libros. Cuando Alcaine me pidió referencias para crear la textura y la atmósfera de Volver no se me ocurrió ninguna. Es una comedia pop (a la que no le van los colores pasteles), una falsa película costumbrista que entraña un drama con elementos surrealistas, no es una película de terror, pero alguno de los personajes habita las tinieblas de las casas, las oscuras habitaciones del fondo, es una historia intimista pero con tanta acción que parece un Indiana Jones doméstico. No le dije nada a Alcaine, no se me ocurría con qué otra película compararla, pero él como buen artesano ha sabido adentrarse en la historia de Volver y desvelar sus imágenes con la intensidad y emoción de quien desvela un explosivo y emocionante secreto. 






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CRISIS Y MENTIRAS.

Hay un momento, en todos los procesos que incluyen la manufactura de un film, en que me desmorono y pienso que la película se me ha ido de las manos de un modo irrecuperable. Me ocurre cuando escribo, durante el rodaje (en el montaje tengo más de un momento de crisis), y por supuesto cuando la película está lista y aún no la ha visto nadie, en ese momento me cago las patas abajo.

Hace falta tener una relación muy estrecha con lo que ruedas para que las crisis sean pasajeras. Yo ya las conozco, las he vivido en cada una de mis quince películas anteriores. Siempre. Como ocurre con las pasiones (y para mí hacer cine es simplemente una pasión) las crisis se evaporan cuando uno ama irracionalmente lo que hace. (No tiene que ver con que las películas después sean buenas o malas, con que las crisis estén o no justificadas, en muchas ocasiones las crisis están provocadas por problemas muy concretos. Me refiero a las crisis que aparecen sin motivo aparente y que a pesar da ello te hunden en un mar de confusión).

Ahora vivo uno de esos momentos, siento (y a veces tengo la convicción) de que todo lo que hago es un error, incluido este “caro” diario. Por experiencia sé que sólo puedo huir hacia delante y vigilar estrechamente cada movimiento, cada encuadre, cada frase, cada pausa, cada lágrima y cada chiste. No debería hablar de esto. La soledad del director es sagrada, y el primero en respetarla debería ser el propio director y no compartirla como yo estoy haciendo ahora.

Tómenlo como una contradicción más. Es el problema de pensar/escribir en voz alta. Este diario es un monólogo a voces.

Hace doce días que escribí lo que antecede. Ya no soy la misma persona. Me siento mucho más optimista. Creo que ya lo he dicho antes, pero el rodaje es un hogar cerrado, del que no sales hasta que se termine.

Mi existencia en Volver es muy precaria en anécdotas que no tengan que ver con el rodaje. Leo por las noches, pero no consigo enterarme de nada, no veo la tele. Oigo música, eso sí, en los largos viajes hasta el lugar de rodaje. No veo a gente (no salgo). Alguna vez viene alguien a visitarnos. Hay por lo tanto poco que reseñar, por eso las pocas cosas que me dejan huella, y consiguen atraparme, adquieren una dimensión enorme, sin duda exagerada.

Mencionaré alguna de ellas.

La música. Para mí encontrar un álbum que me conmocione, (o un libro) es tan fuerte e importante como encontrar un buen amigo. Este año he descubierto a Antony and the Johnsons, Cat Power, Nouvelle Vague, Feist, Rufus Wainright, Julien Jacob, CocoRosie, M. Ward y redescubierto mis clásicos brasileños (Elis Regina, Maysa Matarazzo, Tom Zé, la familia Gilberto y la familia Veloso, etc. Jobim y Mina siempre). Los recomiendo a todos ellos. No puedo soñar mejor compañía que la que esta música me ha deparado en los viajes de ida y vuelta a los estudios donde rodamos. Con los libros y las películas no he tenido la misma suerte. Voy al cine fielmente todos los sábados, pero no he visto nada interesante. Mi último descubrimiento sigue siendo Kim. Ki-Duk (Hierro 3, Primavera, verano...) y eso fue el año pasado. De este año sólo recuerdo Old boy de Pan Cham Wook y Nadie sabe de Hirokazo Koreeda, un título con sabor a Cesare Pavese (Laborare stanca) de una historia que cada día que pasa crece en la memoria de Juan José Millás, según me confesó él mismo, un día que vino a visitarnos al rodaje.

Millás ha sido el único autor cuya lectura ha conseguido atraparme en el exilio veraniego en el que aún vivo. Sus “pies” de foto en El País, durante agosto, y en general sus columnas, han sido tema de conversación entre los miembros del equipo. Un crítico y afilado espejo de la realidad española. Inspiradísimo. (Conservo en mi mesa la página del día 22 de Agosto. En la foto que da pie al texto aparecen tres obispos españoles en una manifestación contra la legalización del matrimonio homosexual y en defensa de la familia tradicional. Los tres visten de negro y llevan gafas, de estilo entre policial y gansteril. El sol de junio les da en pleno rostro, el cual adquiere en los tres una expresión extraordinariamente siniestra. Juanjo Millás empezaba así la ilustración literaria de esta foto: “Si Dios hubiera querido que sus representantes en la Tierra fueran estos señores de negro, no habría puesto tanto colorido en la naturaleza.” ¿Se puede empezar mejor un texto sobre la politización de la iglesia católica española, a favor de la derecha más bruta?)

Con Juanjo Millás tengo una deuda que voy a saldar ahora mismo. En uno de los capítulos de este diario, el dedicado a Almagro, yo evocaba una conversación mantenida en la calle con un desconocido acerca de Pedro Páramo y su relación con Volver o viceversa. En esa conversación yo destacaba con ingenio la convivencia de muertos y vivos tanto en “Pedro Páramo” como en Volver. La verdad es que estaba mintiendo. Yo no era el autor de mis palabras, sino Juanjo Millás. Es cierto que me encontré por la calle a un chico que me preguntó si Volver estaba inspirada en Pedro Páramo. Curiosamente, aquel mismo día recibí un email de Juanjo, que acababa de leer mi guión, y me explicaba lo que le había parecido. Entre otros elogios, Juanjo mostraba el paralelismo con la obra maestra de Juan Rulfo, siendo aquella furiosamente mejicana y la mía furiosamente manchega. Yo le robé a Juanjo alguna de sus palabras y las suscribí en una conversación que no llegó a suceder pero que estuvo a punto.

Miento muy poco cuando hablo de mis películas. Durante la promoción y el estreno, naturalmente, oculto, o escamoteo información sobre el equipo, los actores, y mi propia valoración de la película. El promedio de ocultación varía del 15 (en "Hable con ella", por ejemplo) al 30 por ciento en La mala educación. En lo que llevo de rodaje/diario, hasta ahora no he mentido más que un cinco por ciento. Al final prometo decir el porcentaje exacto.

Juanjo nos visitó un día muy especial, era el día que rodábamos lo que podría calificarse como el bautismo de la película. El momento en el que Penélope canta en un restaurante al aire libre el famoso tango Volver, por bulerías. La voz que le venía como anillo al dedo había pertenecido en el momento de grabar el tema a Estrella Morente. Digo “había” porque en el momento de rodar el playback Penélope se apoderó de ella con tanta precisión y pasión que nos dejó a todos llorando de admiración. Juro que estoy diciendo cien por cien la verdad, Penélope Cruz está convirtiendo la película en un festival personal. Verla actuar cada día es un auténtico espectáculo para los ojos de la cara y los del alma. Nos quedan todavía cuatro semanas de rodaje, no sé quién ha vampirizado a quién, si el personaje a ella o ella al personaje, pero Penélope es Raimunda (el personaje de la película) tanto como Raimunda es Penélope. Y para mí, ser testigo de esta fusión, me depara un placer que no sabría cómo explicar.






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MODORRA

Llego amodorrado al rodaje, estamos en la 11ª semana de rodaje, la ducha, el café no bastan para despertarme.

Mi cuerpo llega al estudio mientras mi alma vaga todavía por mi casa o viene de camino. 

Indico al primer ayudante (verdadero árbitro de todo el tinglado) por qué plano empezamos la jornada. Él se lo transmite al cámara y el director de fotografía (dueño no sólo de la luz sino también del tiempo) se dispone a dirigir una coreografía vertiginosa en la cual los eléctricos son el cuerpo de baile. De todos los equipos que forman El Equipo, el departamento de fotografía es el que cuenta con los miembros más atractivos, los que trabajan más rápido y más duro y los que devoran mayor cantidad de bocatas. Poseen ese físico rotundo y “normal” que caracteriza a los jugadores de fútbol. 

Mientras los eléctricos transportan cables, regletas, estucos, focos, pantallas, etc., yo me retiro a mi camerino con la esperanza de que el silencio deposite su balsámica mano sobre mi cabeza y haga la luz dentro de ella.

Espero, modorro, a que el cameraman haya ensayado los movimientos con la cámara y el director de fotografía haya creado la atmósfera. Entonces entro yo, les indico a los actores cómo deben moverse por el decorado y porqué; normalmente me pego como una lapa y me muevo con ellos. Después leemos el texto, les impregno de mis intenciones, que muchas veces están entre líneas, les sugiero el tono y ellos siguen con aplicación mis indicaciones.

Cada jefe de equipo tiene algún detalle que corregir en el último momento. Vuelvo a indicar a los actores la música de cada palabra, la longitud de cada pausa, la tesitura de cada frase. Los dirijo como si fueran cantantes sonámbulos de una ópera cuya única música son sus palabras.

Lo mismo que uno es inconsciente en el momento justo en que te quedas dormido, yo no soy consciente del momento en que me despierto, pero siempre coincide con la aparición de los actores (actrices en esta película) y mi trabajo con ellos. Totalmente espabilado me sitúo junto a la cámara, o frente a la pantalla del vídeo que conectado a la cámara reproduce el plano. A partir de ese momento mi cuerpo es como un conglomerado de 100 Kg. de adrenalina. Soy todo ojos y oídos que vigilan a los actores en su delicado, neurótico y conmovedor juego.

En la undécima semana de rodaje sólo mi trabajo con los actores, único e intransferible en todos los sentidos, consigue despertarme.







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LOS OJOS DE LOS ACTORES

No me pregunten por qué, pero Volver es una historia que se cuenta a través de los ojos de los actores. Desde el principio me he sentido obligado a verlos, y este impulso, un poco abstracto pero muy poderoso, me ha obligado a una planificación determinada en la que casi no se notan los emplazamientos ni los movimientos de la cámara. 

Me he dado cuenta de esto cuando el sábado vi el material montado, con mi músico Alberto Iglesias. La cercanía a los actores te obliga a una planificación digamos clásica; lo opuesto, para entendernos, al estilo Dogma (aunque eso no quiere decir que no me gusten sus películas. De hecho me gustan todas, pero detesto las de sus seguidores).


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NOCHE DE MONÓLOGOS 

En el guión de Volver hay una larga secuencia, que casi es un monólogo porque sólo habla un personaje, el interpretado por Carmen Maura. En dicha secuencia Carmen explica a su hija del alma (Penélope) las razones de su muerte y las de su vuelta a la vida, a lo largo de seis intensas páginas y seis no menos intensos planos. Esta secuencia es una de las razones por las que yo quería rodar Volver, he llorado todas y cada una de las veces que he corregido el texto. (Me siento como el personaje que interpretaba Kathleen Turner en Tras el corazón verde, una ridícula escritora de novelas rosas, muy kitsch, que lloraba mientras las escribía). 

Todo el equipo es consciente de la importancia de esta secuencia desde que empezamos la película y tanta expectación ponía un poco nerviosa a Carmen. Ella quería abordarla cuanto antes para quitarse ese peso de encima.

Empleamos toda una noche en rodarla, y desde el meritorio hasta yo mismo teníamos esa extrema concentración ante las escenas difíciles que justo por ello se convierten en las escenas más fáciles, porque todos damos lo máximo de nosotros mismos. De nuevo vuelvo a sentir esa complicidad sagrada con Carmen, esa maravillosa sensación de estar ante un instrumento perfectamente afinado para mí. Todas las tomas son buenas, y muchas de ellas extraordinarias. Penélope la escucha. En esta película se habla mucho, se oculta mucho, se escucha mucho y para ser una comedia (eso dice el equipo) se llora mucho.

En una noche tan complicada como esta recibimos la visita de Cecilia Roth y Felicity Lott. Ambas interpretan en el teatro de la Zarzuela La voz humana de Cocteau (Cecilia) y la opera de Poulenc basada en el mismo texto (Felicity). Demasiadas emociones para una noche en que sólo había cabida para una: el monologazo de Carmen. 

Con Cecilia comento la importancia de La voz en mi trayectoria. Carmen la interpretaba en La ley del deseo, ¡y cómo! Es maravilloso comprobar que desde La ley (para mi gusto, su cima como actriz) al monólogo de esta noche, Maura no ha cambiado como actriz. No ha aprendido nada porque ya lo sabía todo, pero mantener ese fuego intacto a lo largo de dos décadas es una tarea admirable y difícil que no podría decir de todos los actores con los que he trabajado.

La presencia de Cecilia, la acumulación de monólogos, la noche y mi propia voz interior me llevan a pensar en estos últimos veinte años, el tiempo transcurrido entre La ley y Volver. En cómo hemos cambiado, mejor dicho, cómo he cambiado, porque yo creo que en lo personal Carmen no ha cambiado casi. Sigue siendo la dulce dicharachera, que huye de complicarse la vida y que la vive con un humor relajado y nada chirriante. En comparación con ella noto que todo yo soy más pesado, no sólo físicamente. Antes mi carga era mucho más ligera. Los contratiempos y las dificultades encendían en mí una chispa disparatada que no sólo los desactivaba sino que a veces los convertía en inspiración.

Recuerdo, por ejemplo, el día que íbamos a rodar la escena de La voz humana en “La ley”. Nos habían prestado el teatro Lara por un solo día. Cuando llegué a las ocho de las mañana y vi el decorado sobre el escenario me puse furioso. No me gustaba nada y sólo teníamos ese día para rodar. 

Aunque era temprano pedí un hacha. Nadie pareció extrañarse, me la trajeron. Y una vez que la tenía en la mano me puse a darle hachazos al decorado. Llamamos a Carmen y le di el hacha. “Cuando empieza la escena tú estás desesperada hasta el paroxismo, mientras esperas la llamada de teléfono destruyes la casa que compartiste con tu amante”, le dije. Carmen me miró con una sonrisa de niña traviesa y cómplice. 

¿De verdad? Me preguntó.

Le di el hacha y la emprendió a hachazos con el decorado de su habitación. A mí me gustó mucho más esta solución que lo que había proyectado hacer cuando la preparaba.

¡Bendito decorado feo!

Ahora un decorado que no es de mi agrado me provoca una crisis de ansiedad. Lo que antes resolvía con humor salvaje e inconsciencia, ahora lo hago con ejercicios de respiración y algún tranquimazín. Pero no me quejo.






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BUENOS DÍAS TRISTEZA. MI MUNDO CAYÓ.

Hemos vuelto a Almagro para terminar la película, por una vez hemos rodado casi cronológicamente, por lo que nuestros sentimientos y nuestra trayectoria coincide con la de los personajes. Volver  empieza y termina en Almagro, y aquí estamos nosotros, de vuelta en este súbito otoño.

Rodamos de noche, el pueblo entero es nuestro. Adoro la austeridad de estas calles, el suelo empedrado, las ventanas de hierro negro, sin macetas, limpias de cualquier tipo de adorno. El zócalo oscuro. La luz intensa del día. Mis paseos con Penélope por las afueras y el campo.

Nos levantamos a la hora de comer. Desayunamos y después damos un paseo por las afueras. La visión del campo es un acontecimiento que a nosotros nos basta. Un día nos encontramos un rebaño de ovejas. O un niño en su bici. En la ausencia de detalles, cualquier anécdota se convierte a nuestros ojos en un mundo. Un hombre saca a su perro, le libera de la correa y el perro da brincos por un rato persiguiéndose a sí mismo, saltando sin sentido.
Cuando volvemos caminando por la acera al hotel, escuchamos el rumor de los bolillos al pasar junto a las ventanas. El movimiento de las pequeñas piezas de madera que componen el mazo del bolillo crea una música delicadísima, que funde las horas y los días de las mujeres del lugar.

El encaje de bolillos sigue siendo la principal ocupación de las mujeres de Almagro, actualmente es el único lugar de la Mancha donde siguen haciéndolo a mano. 

Esta noche rodamos la escena final. Me he levantado rodeado de un silencio denso, muy especial. Como si mientras me duchaba y vestía estuviera interpretando mi propia historia. En esta última secuencia intervienen los personajes de la Abuela (Carmen), la Hija (Penélope) y la Vecina (Blanca-Revelación Portillo). En la escena sólo se escucha el viento. Los personajes murmuran y no hacen ruido al caminar por la calle o por el amplio pasillo de la 
casa de Agustina, la vecina.

He planificado la secuencia en mi habitación con un silencio apenas roto por la voz de María Bethanía (Bom día, tristeza) y Maysa Matarazzo (Meu mundo caióu). La escena final es una escena de bienvenida, despedida y condena. No puedo desvelar los detalles, pero de nuevo me siento como el personaje de Kathleen Turner, llorando tontamente sobre lo que escribo. Las tres mujeres se necesitan, se acompañan, se ayudan, pero la soledad de cada una de ellas es profunda como las raíces de un árbol antiquísimo. Y yo siento esta triple soledad sobre mis hombros como un peso liviano y a la vez insostenible.


Fin. 

(Agosto, 2005).





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