A continuación, comparto un hermoso texto escrito por BJÖRK, publicado en el Suplemento Radar de Página 12 el 1 de Noviembre de 1998 y titulado Música para entender el fin del mundo. Que lo disfruten y espero que el texto les sea provechoso.
Estoy tirada en el lugar más sexy de Islandia, sobre una pila de
moho en la cima de una montaña. Estoy mirando 360 grados de cielo abierto, un
lago justo a mis pies y un hilo de vapor saliendo de un arroyo de agua
caliente. Si tuviera que elegir algo de música para este momento, probablemente
elegiría los arreglos de cuerdas del compositor contemporáneo islandés Jon
Leifs.
Pienso que somos
descarados, los islandeses. Los primeros pioneros que llegaron acá bautizaron
el lugar Iceland (que se traduce como “tierra de hielo”). Eligieron ese
equívoco nombre para poder recostarse en paz sobre esta tierra verde y
grandiosa, este paraíso sin reglas, y mantener alejado al resto del mundo. Ese
es nuestro gran secreto. Por eso miento cada vez que hablo de Islandia en
cualquier entrevista: así la gente se mantiene alejada. Hay algunos extranjeros
en Islandia, que viven acá desde hace veinte o treinta años y que hasta hablan
islandés, pero siempre serán extranjeros para nosotros. No lo digo de un modo
fascista, pero este lugar es diferente. Y los islandeses también.
A pesar de las creencias
populares, somos muy apasionados, aunque de un modo silencioso y analítico. No
es una pasión romántica, tipo Romeo y Julieta, ni tiene nada que ver con bailar
tango, como en el sur. Nuestra pasión es diferente. También somos muy extremos:
somos muy privados o muy extrovertidos. Los inviernos son muy fríos y tenemos
que quedarnos encerrados y ocupados en algo: por eso tenemos más campeones
mundiales de ajedrez que cualquier otro país. Después, cuando llega el verano y
tenemos sol durante las veinticuatro horas, salimos y nos convertimos en seres
sociales y extrovertidos.
Esos extremos también
están en mi voz. Durante los primeros veinte años de mi vida, canté a solas, a
la intemperie, donde nadie podía oírme. Caminaba al lado del océano, de los
acantilados cubiertos de moho y frutas silvestres, cantando con todos mis pulmones.
Brian Eno una vez me preguntó, en medio de un baño de vapor, si los islandeses
éramos anarquistas. El tenía la teoría de que cada nota que yo canto no tiene
relación alguna con la anterior, y que esto refleja una sociedad que, durante
más de mil años, ha funcionado basada en una rara clase de anarquía. Nunca lo
había pensado de ese modo, pero suena interesante.
Mi propia teoría, de
todos modos, es que en Islandia no hay casi mediocridad. Ya lo dije: la gente
no se mueve por el medio. Hacemos todo o no hacemos nada. Y no nos gusta que
nos digan lo que tenemos que hacer. Nunca hemos tenido un ejército. Nunca.
Fuimos una de las primeras democracias del mundo. La gente venía a Islandia
huyendo del autoritarismo. Pero está mal lo que estoy haciendo, porque estoy
dándoles todos los clichés: como si dijera que a todos los norteamericanos les
gustan los cowboys, comer hamburguesas y ser gordos.
La escena musical en
Islandia no es diferente a la de cualquier otro lugar. De alguna manera, acá
hay de todo: música seria, pop y cualquier cosa. Grupos como los Beastie Boys,
Rage Against the Machine y Public Enemy ocupan los primeros puestos de los
rankings. Pero me parece que los extranjeros nunca entendieron esto realmente:
suelen caer en la trampa de pensar que somos esquimales o que andamos
jugueteando con duendes, cuando en rigor de verdad hay muchos chicos
islandeses, como unos llamados Quarashi y Gus Gus, que se llevan bastante bien
con las computadoras. Pero los islandeses nunca usaríamos una computadora para
hacer música sofisticada. Creemos que eso es para flojos y para vegetarianos.
Tampoco somos como los
demás europeos, que toman vino todas las noches.
Nosotros nunca tomamos
durante la semana, pero los fines de semana tomamos brennivín, la versión islandesa
del Schnaps. Acá, los lugares para bailar son muy chicos. En Reikyavik, la
capital, hay apenas 150 mil personas. Todo es muy local. Hombres y mujeres se
pueden encontrar en cualquier lado. En el resto del mundo existe eso que llaman
“tener una cita”, ¿no? Bueno, en Islandia no tenemos eso. Acá las cosas son más
simples: la gente escucha música, se emborracha y coge.
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